La obsesión y el miedo a las calorías y las grasas saturadas, fomentada por artículos escritos por hombres bicho de diferentes calibres, ha dado lugar a que nos encontremos los estantes de los supermercados llenos de elecciones “saludables” que acaban saboteando nuestra salud metabólica, siendo manifiestamente peores que los “perjudiciales” sustituidos.
Ahora que conocéis de qué va la cosa y que sabéis que para tener un metabolismo sano la energía celular, la función tiroidea y la protección contra el estrés son ejes vitales, os traigo 3 cambios simples y efectivos que debéis hacer en vuestra despensa para mejorar vuestra salud física y mental.
1. MARGARINA VS MANTEQUILLA
La margarina nació como una imitación barata de la mantequilla, diseñada para parecerse en textura y sabor, pero sin alcanzar sus propiedades nutritivas. Su base son aceites vegetales refinados —soja, maíz, girasol, nabina o canola principalmente— que deben ser desodorizados, blanqueados y transformados mediante hidrogenación parcial para adquirir una consistencia sólida. Estos aceites están compuestos principalmente por ácidos grasos poliinsaturados (PUFAs), altamente inestables, que tienden a oxidarse con facilidad durante el procesamiento, el almacenamiento e incluso dentro del cuerpo.
Como sabréis después de leer el artículo sobre los aceites de semillas, cuando se oxidan, los PUFAs generan subproductos tóxicos como aldehídos y radicales libres que dañan nuestras estructuras celulares, especialmente las mitocondrias, nuestros generadores de energía. Este daño mitocondrial, junto con la alteración de la fluidez y función de las membranas celulares, contribuye a la inflamación crónica, a la disfunción tiroidea (inhibiendo la conversión de T4 en T3) y a una mayor susceptibilidad al estrés oxidativo. Con todo, lo más preocupante es que los PUFAs se acumulan progresivamente en los tejidos, afectando la función metabólica incluso en personas aparentemente sanas, pudiendo tardar años en eliminarse. De hecho, recientemente se sacó un estudio donde quedaba constancia que 154 gramos de patatas fritas en aceites de semillas genera una cantidad de aldehídos similar a una cajetilla de 25 cigarrillos (Grootveld, M. et al, 2021), más o menos con una equivalencia de 1 patata frita = 1 cigarrillo.
En contraste, la mantequilla es una grasa saturada estable, que no se oxida fácilmente ni durante la cocción, ni dentro del cuerpo. Es rica en colesterol, un compuesto esencial para la síntesis hormonal, la estructura de las membranas y la producción de vitamina D. Además, aporta vitamina A en su forma activa (retinol), necesaria para la función inmune, la visión y la producción de esteroides protectores. Al provenir de la leche de vaca, animal mayormente alimentado por pasto y, además, rumiante, también puede contener pequeñas cantidades de sustancias bioactivas como pregnenolona o progesterona, lo que contribuye a la regulación hormonal del cuerpo, siendo además protectoras para la función metabólica.
La mantequilla, frente a la demonización que ha sufrido debido al colesterol (habrá artículo sobre ello) es, en definitiva, un superalimento que lejos de ser perjudicial favorece la absorción de vitaminas liposolubles (A, D, E y K) y estabiliza el metabolismo.
2. EDULCORANTES ARTIFICIALES VS AZÚCAR DE CAÑA Y MIEL
En las últimas décadas, la demonización del azúcar ha impulsado el consumo masivo de edulcorantes artificiales como aspartamo, sacarina, sucralosa, acesulfamo K y otros muchos presentes en bebidas “zero”, chicles, yogures dietéticos, gominolas y una infinidad de productos bajos en calorías.
Y es que, como expliqué en el artículo sobre las bebidas zero, aunque estos edulcorantes no aportan energía en forma de calorías, sí estimulan receptores del gusto dulce en la lengua y en el intestino, provocando una respuesta metabólica que no se corresponde con la realidad nutricional. El cuerpo, al esperar una entrada de glucosa que nunca llega, reacciona elevando el cortisol y otras hormonas del estrés, lo que a largo plazo contribuye a la disfunción tiroidea, resistencia a la insulina, alteraciones del estado de ánimo y antojos compulsivos, creando desórdenes en nuestra relación con la comida.
Además, diversos estudios (Suez et al, 2014 o Pepino et al, 2013) han relacionado el uso continuado de edulcorantes con alteraciones de la microbiota intestinal, resistencia a la insulina y desregulación en la secreción de hormonas como el GLP-1, que regula el apetito y el metabolismo. El aspartamo, en particular, ha sido vinculado a síntomas neurológicos como ansiedad e irritabilidad (Choudhary AK, Lee YY, 2018) o deterioro cognitivo (Dar W, 2024) posiblemente debido a su contenido en ácido aspártico y fenilalanina, que actúan como neurotransmisores excitatorios.
En cambio, el azúcar o la miel NATURAL ofrecen glucosa y fructosa en una forma que el cuerpo reconoce, metaboliza y utiliza como fuente directa de energía, lo que permite mantener estables los niveles de glucosa en sangre, alimentar al hígado y apoyar la conversión de T4 en T3. Esto es esencial para mantener el funcionamiento cerebral, muscular y tiroideo, y ayuda a evitar el estrés fisiológico.
No solo eso, a nivel mental estabiliza el ánimo y mejora la tolerancia al esfuerzo, por lo que lejos de ser un veneno, los azúcares naturales cumplen una función reguladora y energética fundamental.
3. BEBIDAS VEGETALES (ALMENDRA, AVENA, SOJA) VS LECHE ENTERA DE VACA
Las bebidas vegetales —de almendra, avena, arroz o soja— han sido promovidas como una alternativa “más saludable” a la leche, especialmente entre quienes evitan los lácteos por moda o miedo a la grasa saturada. Sin embargo, pocas veces se analiza lo que realmente contienen. Y si se analiza, se justifica.
En la inmensa mayoría de los casos, estas bebidas vegetales consisten en un 90-95% de agua, almidones procesados, estabilizantes como goma guar o goma xantana, aceites vegetales añadidos, aromatizantes y, a veces, hasta edulcorantes, cantamos línea y bingo para obesidad, enfermedades cardiovasculares y cáncer. Además la densidad nutricional es muy baja, por no decir nula, y aunque algunas se anuncien como “enriquecidas” con calcio o vitaminas sintéticas, la biodisponibilidad de estos nutrientes es muy inferior a la de los alimentos naturales, que los traen de serie.
Además, estas bebidas vegetales contienen antinutrientes como ácido fítico y oxalatos, que interfieren con la absorción de minerales esenciales como calcio, magnesio y zinc. Todo esto aparte de que ingredientes como la soja, por su parte, aporta fitoestrógenos (isoflavonas) que pueden alterar el equilibrio hormonal y la función tiroidea, sobre todo en personas con estrés crónico, disfunción hepática o deficiencias vitamínicas.
La leche, por otro lado, es un alimento completo por derecho propio, superalimento de categoría. Su combinación de proteínas de altísima calidad (caseína y lactoalbúmina), grasas saturadas, lactosa (azúcar natural), calcio biodisponible y vitaminas, la convierten en una fuente de nutrición densa y equilibrada. Pero no solo eso, las grasas de la leche ayudan también a absorber las vitaminas liposolubles naturales y sin necesidad de “enriquecerse”, mientras que la lactosa favorece la flora intestinal beneficiosa.
No en vano el consumo de leche permitió las grandes invasiones de los pueblos esteparios durante la Edad del Bronce. Algo tendrá.
COMO ES ARRIBA ES ABAJO
Elegir alimentos naturales frente a sus imitaciones artificiales de baja calidad no es solo una cuestión de salud personal, sino también de coherencia con los ritmos y equilibrios de la naturaleza. Los alimentos reales —como la leche entera, la miel, la mantequilla o el azúcar de caña— han evolucionado junto al ser humano y forman parte de una relación milenaria de nutrición, energía y sostenibilidad. Su densidad nutricional no puede ser replicada en laboratorios, y su efecto en el cuerpo va más allá de las calorías: regulan, reparan y nutren nuestro metabolismo.
Por el contrario, productos como, por ejemplo, las bebidas vegetales, que a menudo se promueven como “éticas” o “sostenibles”, no solo son tremendamente perjudiciales para el metabolismo, también suponen un alto coste natural. De hecho, solo en la industria de las bebidas vegetales, por ejemplo, la polinización forzada implica la muerte de cientos de millones de abejas cada año, debido al transporte masivo, la exposición a pesticidas y la presión antinatural sobre las colmenas, lo que genera un sistema extractivo, forzado y desequilibrado, que poco tiene que ver con el respeto al ciclo natural.
Aquello que daña el ciclo natural daña nuestro metabolismo, por ser nosotros precisamente la parte más importante de la Creación, de ahí que volver a los alimentos simples, naturales y tradicionalmente elaborados no solo fortalece nuestra salud, sino que también mantiene la armonía con el mundo natural.