En las últimas décadas, el mercado de productos sin azúcar ha crecido exponencialmente. Coca-Cola Zero, Fanta Zero, Monster sin azúcar... entre muchas otras, prometen sabor sin calorías, placer sin culpa y control del peso sin sacrificios. La narrativa dominante las presenta como opciones saludables frente a las bebidas azucaradas tradicionales. Sin embargo, estas bebidas distan mucho de ser benignas. De hecho, podrían representar una trampa metabólica propensa al estrés fisiológico, el desequilibrio hormonal y la confusión del sistema nervioso.
Como habréis leído en este artículo , los azúcares son esenciales para la producción eficiente de energía a nivel celular. La glucosa alimenta la respiración oxidativa en las mitocondrias, el proceso metabólico más limpio y eficiente. Cuando el cuerpo percibe que hay glucosa disponible, disminuye la secreción de hormonas del estrés como el cortisol y la adrenalina. Por el contrario, cuando el cuerpo detecta una falta de glucosa, activa mecanismos de emergencia para mantener la vida, sacrificando tejido muscular, suprimiendo la función tiroidea y activando el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal.
Esto hace que el cuerpo humano está diseñado para responder a señales coherentes. Por ello, cuando ingerimos algo dulce, el cuerpo anticipa una entrada de azúcar, liberando insulina y preparando las células para recibir energía. ¿Cuál es el problema entonces de las bebidas “zero”? Que activan receptores del sabor dulce sin entregar glucosa real, lo que desemboca en estrés metabólico, especialmente cuando se repite de forma crónica.
Además, diversos estudios como Suez et al, 2014 o Pepino et al, 2013 han mostrado que los edulcorantes artificiales — como el aspartamo, sucralosa, acesulfamo-K y otros — pueden alterar la microbiota intestinal, influir en la sensibilidad a la insulina, y afectar la secreción de hormonas como el GLP-1, que regula el apetito y el metabolismo. Paradójicamente, muchas personas que consumen bebidas sin calorías terminan experimentando antojos más intensos, ansiedad alimentaria o incluso aumento de peso a largo plazo.
Además, al no entregar energía real, estas bebidas no calman el sistema nervioso y hacen que el sistema simpático (encargado de activar el cuerpo en situaciones de peligro) permanezca sobreestimulado ante la ausencia de glucosa. ¿El resultado? Aumento del cortisol, mayor frecuencia cardíaca, insomnio, irritabilidad y alteraciones del estado de ánimo.
La energía no se puede engañar. Como sabéis, el metabolismo necesita glucosa para convertir la hormona tiroidea inactiva (T4) en su forma activa (T3), esencial para mantener la temperatura corporal, la función cerebral, la fertilidad y la reparación celular por lo que el consumo habitual de productos “zero” puede llevar a un estado hipometabólico, donde el cuerpo entra en "modo de ahorro" sacrifica funciones vitales para sobrevivir con “energía fantasma”. Como añadido, en Williams R et al, 1993 se probó que el folículo piloso necesita glucosa para crecer por lo que consumir bebidas de este tipo no es la opción más inteligente si quieres mantener el pelo.
La ilusión de que “sin calorías” o "sin azúcar" significa “sin consecuencias” ha calado hondo en la cultura popular, pero ni las calorías, ni el azúcar son el enemigo.
La energía es la base de toda función biológica, por lo que suprimirla, engañarla o reemplazarla por simulacros químicos sólo lleva al cuerpo a adaptarse mal y a vivir en un estado de alerta crónica que favorece el desgaste en lugar de la vitalidad.
El verdadero bienestar no se logra eliminando calorías a cualquier costo, sino restaurando la comunicación coherente entre el metabolismo y los alimentos, lo que implica elegir fuentes reales de energía en lugar de productos diseñados para burlar la biología.
Porque no, la salud no se mide en calorías.